...yo entraba en la estación de Príncipe Pío para coger un tren que me llevase a Atocha, como todas las mañanas, para ir a mi trabajo en uno de los pueblos del Corredor del Henares. Pasé los torniquetes y me puse a esperar en la vía a que llegase mi tren. El andén estaba desierto, cosa bastante extraña a las 7:55 de la mañana. Me dirigía hacia la taquilla para preguntar si había alguna avería cuando por megafonía oí este anuncio: "Por orden gubernamental, queda suspendido el servicio en toda la red de Cercanías". Nunca olvidaré esa frase.
Me quedé alucinada y empecé a pensar que había pasado algo malo. Crucé de nuevo los torniquetes y pregunté a un revisor que estaba cerca: "¿Qué ha pasado?". "Han puesto una bomba en Atocha" me respondió. Ahí directamente me acojoné, no porque me hubiese dicho que había estallado una bomba, cosa que por desgracia en Madrid estábamos muy acostumbrados a escuchar, sino porque es muy raro que los revisores de la RENFE te den explicaciones cuando pasa algo. Bajé las escaleras mecánicas para coger el metro e ir a Avenida de América.
Los andenes del metro estaban tan llenos que decidí salir a la calle para llamar a mi casa y preguntar si ellos sabían algo. También tenía que llamar a mis compañeras de trabajo para decir que seguro que llegaba tarde. En ese momento estaba empezando a estar bastante agobiada porque se oían muchas ambulancias y me parecía todo muy raro. Mi madre no se había enterado de nada, pero puso la televisión y lo vió. Después llamé a una compañera que vivía en el pueblo donde trabajo y fue la que empezó a decirme que parecía que había sido en la línea que cogíamos todos los días. Ahí ya estaba medio histérica pensando en dos compañeras que, como yo, cogían todos los días el tren. A una enseguida la localicé, iba camino de Avenida de América. La otra tenía el móvil apagado o fuera de cobertura, pero intenté tranquilizarme pensando que era muy improbable que estuviese en Atocha tan pronto.
Llamé a mi jefe para contarle lo que ocurría y decirle que no sabía cuándo podría llegar y me dijo que me quedase en casa. Y en casa puse la tele y vi con horror los trenes familiares que cogía (y sigo cogiendo) todos los días, tan destrozados que no parecían los mismos, y vi los paisajes familiares que veía (y veo) todos los días, esos paisajes y esos lugares que hacen tan difícil olvidar. Y fui a donar sangre, a pesar del pánico que me daba montarme en el metro en esos momentos, y me encontré con que ya no hacía falta. Y volví a casa y seguí viendo las imágenes. Y apareció Acebes llamando "miserables" a los que sugerían que no había sido ETA. Y yo asentía porque me parecía imposible que hubiesen sido otros. Y entonces empezaron a correr los rumores, y los que llamaban a mi casa decían: "A lo mejor ha sido Al Qaeda", "mi marido dice que en el ministerio se oye que han sido los islamistas". Y yo no quería creerlo.
Todos sabemos lo que pasó después.
Y el 14 de marzo, yo estuve en una mesa electoral, porque me había tocado ser presidenta, y oía que la gente rumoreaba, y miraba mal a los interventores del PP. Y luego estuvo la alegría: "Parece que van ganando los socialistas" y la esperanza después de las mentiras.
Yo tuve suerte. Un poco más tarde y me habría pillado de lleno. No afectó a nadie que yo conociese, ningún ser querido murió ni salió herido. Pero ese atentado nos cambió a todos. Y desde entonces sigo pasando todos los días por esos lugares, Atocha, El Pozo, Santa Eugenia, esos lugares en los que ya no queda huella de lo que pasó, pero que los que los conocemos bien sabemos ver en qué han cambiado. Porque desde entonces todo ha cambiado.
(Sé que llego un poco tarde para esta entrada, ya es 12 de marzo, pero necesitaba hacerlo)
Actualización: Acabo de recordar que hoy, en Atocha, he pasado al lado de la entrada al monumento a las víctimas del 11-M. Parecía muy bonito, pero no he querido pararme.