lunes, 14 de enero de 2008

Hoy hace cinco años...

Hoy hace 5 años de la muerte de mi tío. Tenía 59 años, una vida hecha, un trabajo que le gustaba, y un cáncer de páncreas que le arrebató todo lo que tanto le había costado construir. Lo más irónico es que, en el fondo, tuvo suerte. El tipo de cáncer que padecía debería haberlo matado en 3 meses. Y sin embargo, gracias a un tratamiento experimental que le pusieron, tuvo dos años más de vida, de disfrutar de los suyos.

En esos dos años todos nosotros, su mujer, sus hijos, su hermana (mi madre), su padre, su cuñado, sus sobrinos, todos nos olvidamos de que podían ser sus últimos años y los vivimos con alegría y con ilusión, como si la fecha límite no fuese a llegar nunca. Por supuesto dejó de trabajar y se dedicó a sí mismo, a su casa, a su familia, a viajar, a sus hobbies. Cuando el cáncer volvió a dar síntomas supimos que no había solución. Y después de la calma y la esperanza vino el sufrimiento, el dolor, la angustia de ver cómo se consumía día a día, hasta el punto de que llegó a negarse a recibir más quimioterapia, llorando como un niño, rogando que le dejasen morir en paz.

Por desgracia, en la familia de mi madre ha habido muchas muertes. Mi abuelo, que ya tiene 94 años, tuvo tres hijos y ya sólo le queda uno, mi madre. Pero para mí, la más dolorosa de todas ha sido la de mi tío. A veces sueño con él, oigo su voz, sigue vivo y está sano. Y luego me despierto y la realidad sigue ahí, pero me siento bien porque, aunque sea en sueños, he podido tener un poquito su presencia.

Parece increíble que hayan pasado ya cinco años desde su muerte. Y parece increíble que le siga añorando tanto y que se me llenen los ojos de lágrimas cuando le recuerdo en la buhardilla de su casa, con los enormes puzzles que tanto le gustaban o, ya enfermo, esforzándose por montar la maqueta de un barco que le regalamos mis hermanos y yo en su último cumpleaños. Ya no me duele su pérdida, no como al principio, pero le echo de menos. Desde que él se fue todo ha cambiado.

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Con el tiempo es lo que pasa, duele menos, pero la pérdida se hace más patente...
Un besito grande.

RGAlmazán dijo...

Una ausencia siempre duele. Nunca se piensa que puede pesar tanto una ausencia.
Es lo único que se puede dejar cuando se va (como hizo tu tío): Buenos recuerdos y dolor de ausencia.

Salud y República

NáN dijo...

Compartimos algo: hoy hace 30 de la muerte de mi madre. Pienso en ella a menudo. Más que en ningún otro (y eso que por haber nacido muy tarde, cuando parecía que mi madre ya no estaba para eso, no me queda nadie de las ramas anteriores y tengo ya faltas en la mía) y, sin embargo, ha tenido que ser mi hermana la que me lo ha recordado por teléfono que era hoy. 30 años es mucho.

Pero fíjate que me hablas de tu tío y yo pienso en tu madre. La desaparición de los brotes de la misma rama conlleva algo peor: la pérdida de la posibilidad de compartir recuerdos; incluso de que te corrijan diciendo "no fue así". Te quedas solo para recordar de qué color estaba pintada la cocina, qué libros había en casa, cómo era el silencio en las siestas del verano.

Cuídala.

(Y por supuesto, mímate tú).

Gracchus Babeuf dijo...

Me pillas en un mal día, con un mal recuerdo. He tenido presente a mi padre todos los días, desde su muerte hasta hoy. Trece años después, día a día.

Gemma dijo...

Su memoria te seguirá acompañando, porque también es recuerdo de su ausencia; ¡pero qué bien que tuvieras su cariño para poder seguir evocándolo!

Besos grandes

J. G Centeno dijo...

Y siempre le echarás de menos, a un ser querido no se le olvida nunca. Con el tiempo se le va recordando sin dolor pero con nostalgia, y siempre hay algo que te hubiera gustado decirle y que nunca le dijiste. Yo, hoy le daría la razón a mi padre en muchas cosas que me dijo, y en vida se la quité.
Sic transit gloria mundi

rosamari dijo...

Te entiendo muy bien. El viernes fue el día de la ausencia de mi marido. No lo he olvidado nunca, y asi con todos los que se me han ido.

Un besito.

animalpolítico dijo...

Una emoción profunda está siempre con uno.

Recibe un abrazo y disfruta de su memoria.

Yo recuerdo ahora a mi abuela, con la que tenía esa relación tan especial.

Scout Finch dijo...

Con el paso del tiempo, por desgracia, todos terminamos echando de menos a los que se han ido, porque es algo de lo que no nos libra nadie.

La muerte de mi tío me dolió muchísimo, y la herida tardó en cicatrizar, así que no puedo imaginar cómo será cuando pierda a mi padre y a mi madre. No quiero imaginarlo.

Ahora que ha pasado el tiempo puedo sonreir recordando anécdotas y, cómo decís, eso es lo que me queda de él y es algo bueno. Y no quiero perderlo.

Besos a todos.

Paco dijo...

Mientras lo recuerdes con el mismo cariño no se habrá ido del todo.

Anónimo dijo...

Soy el menor de siete hermanos. Quedamos tres. Mis padres también han fallecido. Comienzo a tener, pues, una larga experiencia como enterrador de la familia. Es duro. Y también los recuerdo siempre a todos; es más, me agrada hacerlo. Para sentirlos nuevamente cerca, para soñar o hablar con ellos en íntimos monólogos. Entiendo tu pesar: yo lo sufro a diario.

Un beso.

Anónimo dijo...

La melancolía es inevitable. Pero también lo es la muerte. Desgraciadamente no estamos preparados para asumirlo y eso nos causa sufrimiento. Yo perdí a mi padre cuando era muy joven, y eso me ha llevado a reflexionar (demasiado) sobre todo ello.

Conclusión: Lo inevitable no se puede evitar, disfruta de cada día como si fuera el último, porque, tarde o temprano, así será.

(Por cierto, un beso enoooooorme para tí wapísima, enseguida vuelvo a incordiar con mis cosillas... ;D)

Scout Finch dijo...

Pero hombre de dios, Fogars, donde te habías metido, que ya te daba por perdido.

El hijo pródigo vuelve a casa, por segunda vez, jajajaja.

Un besote.

Freia dijo...

Hoy han ingresado a un amigo mío en la UCI por una hemorragia interna. Tiene 53 años y cáncer de páncreas. He cuidado y visto morir a mi padre y mi madre también de cáncer y no consigo acostumbrarme. Durante todo el día desde que me he enterado, las lágrimas se me escapan por las cosas más tontas. No puedo acostumbrarme: siempre golpea de la forma más cruel.