Hoy he empezado la mañana cabreada. Tengo una compañera de trabajo a la que sólo se puede calificar de inútil. Y, por desgracia, no estoy exagerando. Es una persona adulta, casi en la cuarentena, por lo que la excusa de la juventud y la inexperiencia no vale para justificar que sea incapaz de realizar el trabajo más sencillo, sin tener que consultar veinte veces al día al de al lado, si lo está haciendo bien, a pesar de que lo ha hecho miles de veces. Su trabajo lo podría hacer prácticamente cualquiera que sepa leer y escribir. Y lo peor de todo es que es universitaria y encima se jacta de ello, como si fuese la única en este país de licenciados... Además, me paso todo el día con ella: desde las 9:00 de la mañana (bueno, más bien las 9:15, porque llega todos los días tarde) hasta las 19:00, incluidas las horas de la comida - casi 10 horas. Evidentemente, llega un momento en que te acostumbras y pasas, pero hay días que no puedo con ella. Y hoy es uno de esos. Pero por dios, ¡si ni siquiera sabe poner y quitar la calefacción, que es simplemente darle tres veces a un botón! Y claro, hoy ya me ha tocado mucho las narices...
Nunca había trabajado con nadie tan inepto. Hay veces que pienso que es así porque no le da más de sí el coco, y otras veces me parece que es dejadez y desinterés. Encima aspira a que la asciendan de puesto. Desde luego, si es por mí... Le diría cuatro cosas a la cara, pero luego tengo que aguantarla el resto del día. Cuando empezó a trabajar, le puse bastante las pilas y fui un poco borde, pero llegó un día que me cansé de estar detrás de ella todos los días y de ver cómo se le llenaban los ojos de lágrimas en cuanto le decías algo que no le gustaba. Y lo dejé pasar, porque me causaba un gran nivel de ansiedad estar todo el día cabreada por su ineptitud y, además, pendiente de su trabajo y del mío.
Y como soy así de tonta, el cabreo se me pasará en un momento y saldré del despacho tan pancha como si no hubiese pasado nada. Si es que tiene que haber de todo en esta vida...